Escudo1

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sábado, 13 de octubre de 2012

Pobre entrada el día del Pilar. Tarde distinguida del torero malagueño. Recompensa desmedida para Padilla: dos orejas de un gran toro de Antonio Bañuelos.


El toro de Bañuelos que abrió corrida fue de muy buena nota. Veleto pero estrechas las sienes propias, proporciones armónicas, rico galope, ritmo constante, fijeza. La calidad. A todo quiso. Hay corridas cuyo signo queda marcado por el toro que rompe el fuego y, aunque ésta de Bañuelos no fue de particular nota, lo pareció por eso. Fue también buen toro el tercero, serio de cara, sin la boyantía del primero. A mitad de festejo parecía que iba a repetirse, una año después y en la misma Zaragoza, el éxito redondo del ganadero burgalés.

El cuarto, pronto en el caballo, fue jarro de agua fría: tardo, se puso probón, se paró y se acabó orientando porque
Padilla, además, estuvo puesto donde los toros ven torero y no engaño, y hacen por el uno y no por el otro. Fuera de cacho. El quinto se aplomó antes de rajarse, y la que podía haber sido oportunidad de Serafín Marín- sustituto de El Cordobés- se quedó en quimera. El segundo de la tarde, castaño aleonado, descarado y astifino, bajo de agujas, sin culata ni riñones, no tuvo ni corazón ni fuerza, echó la cara arriba en cortos viajes y se sentó dos veces.

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